martes, 15 de noviembre de 2016

Rasgando velos


“El corazón del hombre es perverso, ¿quién podrá comprenderlo?”, con este epígrafe del profeta Jeremías empezó Truman Capote su hasta hace poco tiempo conocida como su primera novela: Otras voces, otros ámbitos. ¿Y quién mejor que un autor estadounidense para comenzar un artículo sobre las elecciones del martes ocho en Estados Unidos que tienen al mundo haciendo cábalas y a los estadounidenses divididos?

Capote no estaba hablando de política cuando escribió su novela.  Su historia es la de un adolescente que, enviado al sur profundo, descubre su identidad homosexual; pero la inescrutabilidad de los deseos humanos y la existencia de ámbitos y de voces que subyacen escondidos, y que siempre es posible traer a la luz, son dos buenos elementos para analizar la coyuntura que enfrenta la que sigue siendo considerada la primera nación del mundo.

Y es que en las elecciones del martes ocho hay dos componentes esenciales al abordar el análisis.  De un lado, el ahora presidente Donald Trump, que durante su campaña encarnó todo lo bajo y rastrero que se lleva dentro y que proclamó, cobijado por la sombra de su multimillonaria fortuna.  “El que tiene plata marranea” dice un adagio popular en Colombia y no hay que extenderse mucho para saber que esto fue lo que hizo Trump: despreció a las mujeres, se regodeó en que había evadido impuestos, alardeó de que podía matar a alguien en plena Quinta Avenida y aún así ser elegido, insultó y amenazó en público a su oponente, exarcerbó la xenofobia contra los musulmanes y los latinos, en especial los mexicanos, y calumnió a Obama, para no continuar la lista que es larga.

El tenor de su ignorancia, sí, ignorante, porque tres mil millones de dólares no la borran, se hizo evidente con negaciones como la del cambio climático, promesas contra instituciones que el país que ahora va a liderar ha abanderado y soluciones de encierro económico en un mundo donde los Estados Unidos han sido los primeros impulsores de los tratados de libre comercio. 

Tanta es su capacidad de insulto y de negación que los analistas y los medios han llegado a presentarlo como el candidato antisistema, en una equivocación rotunda.  Trump no pertenecía a la clase política –ahora sí – pero tiene un lugar predominante en el corazón del sistema, el mismo del que se ha lucrado.  Por eso, tal vez lo único bueno del resultado de estas elecciones es que ha caído la venda de los ojos y ha quedado claro que el sistema económico –con todo su poder financiero– y los gobiernos son lo mismo, desde hace mucho tiempo.  Trump es la cara que hace visible lo que estaba oculto.

Pero, tanto como ocuparse de Trump, es necesario pensar en aquellos que lo han aupado al poder.  Fenómenos de este 2016 como la elección de Trump o la salida del Reino Unido de Europa revelan que algo está fallando.   No es la civilización la que se impone con sus valores de libertad, justicia, respeto, igualdad, inclusión, sino un aspecto regresivo, primitivo, tribal, impulsado, de manera paradójica,  por la globalización de los mercados que se da a la par con lo que podríamos llamar el racionamiento del pan:  La precarización de las condiciones de vida en los países desarrollados –porque en los emergentes y en los pobres ni siquiera se ha llegado a que haya pan para todos–, y la disminución de los derechos.

Síntomas que se agudizan con la exposición constante de la población a la oferta de paraísos artificiales de consumo, la promesa de vidas fáciles situadas al alcance de los ojos en imágenes publicitarias que se derraman a raudales y la creación de necesidades voraces que no se sacian, pero que sí necesitan proteger de aquellos que consideran que les van a rapar sus privilegios. 

Un retroceso en la llamada sociedad de bienestar en la que no hay nada más
mísero que recurrir a lo básico del ser humano, que fue lo que hicieron los políticos del Brexit y también Trump en los Estados Unidos.  Hablarle a aquel cerebro donde está la información del ser más primitivo que se lleva dentro: el de la territorialidad, el salvaje que defiende sus espacios de la agresión de tribus desconocidas porque no ha podido reconocer al otro como a su igual, y tampoco ir lo suficientemente lejos para saber que más allá de sus límites existen otros mundos, que pueden ser tan ricos y generosos como el suyo propio. Y nada más primitivo y límbico que darse golpes en el pecho para celebrar la muerte del contrario, la preservación del espacio propio y las audacias del jefe de la tribu. Una ceguera entendible en los inicios de la humanidad, pero no en el ahora de esta aldea que llamamos tierra.

Salva de este corazón oscuro, saber que al mismo tiempo existen aquellos –que también se cuentan por millones– que están convencidos de que esta civilización sí tiene una oportunidad sobre la tierra y se empeñan a diario en usar su pensamiento, el arma más poderosa que tenemos los humanos, para construir soluciones a las desigualdades de todo género, encontrar formas racionales de explotar la tierra y sus recursos en beneficio de la humanidad –y no de unos pocos– instaurar la justicia y soñar en un mundo en el que impere la equidad.

Son otras voces que nos hablan de otros ámbitos. Ojalá se impongan aquellos en los que florece la bondad del corazón humano, aunque no lo haya escrito el profeta Jeremías.

lunes, 24 de octubre de 2016

No me digas que esto es diferente


Es una mañana de otoño.  El tiempo es gris y los partes metereológicos anuncian lluvia todo el día.  En la radio hablan de Calois, donde está el campamento de refugiados más grande de Europa.  “La jungla” lo llaman.  Antes del amanecer, el gobierno francés inició la evacuación de casi siete mil personas que se instalaron allí a la espera de una oportunidad para llegar al Reino Unido.  El paraíso prometido que está a cuarenta kilómetros, al frente, pasando el Canal de la Mancha. Los llevan a algo más de cuatrocientos refugios dispersos a lo largo y ancho del país. 

La escena se desenvuelve ante la prensa del mundo y es custodiada por cientos de agentes de policía. Gendarmes, los llaman en Francia.  Temen disturbios y por eso han previsto un agente por cada cinco inmigrantes. No menos de setecientos periodistas con sus cámaras, micrófonos, grabadoras y libretas, están presentes para registrar la salida de los autobuses, en los que van hombres, mujeres y niños. Algunos serán familia entre sí. Otros, sólo hermanados por esa hermandad que produce la desgracia compartida.

Calois se queda en Calois y la radio continúa disparando titulares.  Se traslada a Turquía.  La noticia parece un refrito de otra que ya había visto circulando por los medios, hace varios meses.  Refrito pero real.  Ahora es la BBC la que protagoniza.  Esta noche emitirá un documental en el que podrá verse cómo las maquilas de las grandes compañías multinacionales de la moda producen en Turquía pantalones, zapatos, vestidos, camisetas, elaboradas con mano de obra casi esclava (doce horas de trabajo al día, sin protección, cerca de elementos químicos peligrosos, con salarios inferiores a una Libra la hora): la de los refugiados, y sus hijos, muchos niños, y muchos sirios, huidos de la guerra inmisericorde que destroza su país.

Se lo escuché hace muchos años a José Saramago, quizá hasta lo leí.  Si Europa no va a África, África vendrá a ella.  Y es lo que está pasando.  Sirios, afganos, subsaharianos, sudaneses, yemenitas, iraquíes, y de no sé cuántas nacionalidades más, buscan llegar a las puertas que Europa se empeña en cerrar a cal y canto. Lo intentan por al menos tres rutas, bien conocidas por las mafias que venden la oportunidad de llegar al sueño dorado: 

La de los Balcanes que la Unión Europea cree haber conjurado este año con el acuerdo suscrito con Erdogan, el presidente-dictador, mediante el cual Europa devuelve a Turquía a todos los inmigrantes que lleguen por esa ruta al tiempo que cierra los ojos a las flagrantes violaciones a la democracia que acomete a diario Erdogan.  La central del Mediterráneo, que une a Libia con Italia, aquella que ha sembrado el mar de cadáveres, los de los náufragos, y que este año contabiliza a la fecha 3654 muertos según la Organización Internacional para las Migraciones. Y la que pasa por Marruecos para llegar a España a través de Ceuta y Melilla. “Doce kilómetros de alambres, cuchillas y mallas para contener el sueño europeo” como lo tituló el Diario.es.

El día continúa lluvioso, tal y como se anunciaba y yo releo a Mary Berg, una mujer, judía y polaca, que sobrevivió al gueto de Varsovia y que escribió un diario durante cuatro años, entre 1939 y 1944. Un día a día que nos pone en contacto con las miserias humanas, de todos los lados, aún las de las víctimas, y también los pequeños heroísmos que nos hacen grandes.

La releo porque recuerdo el postfacio que escribió el editor para contar qué había sido de ella.  En 1995, a sus setenta y un años, luego de una vida de silencio, un editor se puso en contacto con Mary para proponerle una reedición de su diario.  Cito textual lo que cuenta: “Berg respondió con amargura: “En lugar de continuar exprimiendo el holocausto judío debe reducírselo a sus límites”(…) “No hacer diferencia con todos los holocaustos que están teniendo lugar ahora en Bosnia o ChecheniaNo me digas que esto es diferente”.

No, no digamos que esto es diferente: la guerra Siria, las hambrunas en África, el presidente filipino que incita a matar a sus ciudadanos drogadictos, las fronteras cerradas de Europa, los campos que ahora son de refugiados y las cárceles que se llaman centros de internamiento de refugiados, para no hacer una listado interminable.

Asoma un tímido sol de tarde de lluvia, la vida continúa su ritmo desenfrenado, en Calois se agolpan, lloran, se despiden; en Siria se terminó el alto al fuego; en Barcelona continúan en huelga de hambre los inmigrantes de un centro de internamiento; en Madrid esperan que los visite un funcionario; en Melilla se preparan para saltar la valla.   Entretanto, muchos de miles se arrellanan en sus sillones para ver televisión y fijarse en especial en : “Los triángulos amorosos que nos hicieron sufrir en la tele”, como titulaba hoy una noticia en yahoo.

martes, 18 de octubre de 2016

Civilización en tránsito


Cuando respondo a quiénes me preguntan qué hago, lo expreso en verbos:  pensar, amar, leer, escribir, caminar, cocinar, viajar, conversar.  Son apenas ocho y me resumen.  Esta mañana me detuve en el pensar.  ¿Qué es lo que hay que pensar? ¿Qué es lo que pienso? ¿Qué debería ser lo que pensáramos? Me planteé las preguntas porque es invariable que al detenerme en la vorágine del mundo que estamos viviendo, no importa dónde, me digo siempre: Tenemos que pensar, es necesario generar pensamiento, necesitamos más seres pensando, me alegro que tal o cual persona sea una pensadora.

Hablo de un pensamiento que se remonte más allá de los temas que inducen los grandes medios de comunicación –cuya propiedad se concentra cada vez más–; que no sólo imponen la llamada agenda informativa sino también qué pensar, qué desear, cómo ser.  Medios que, como una gran orquesta, resuenan veinticuatro horas cada día, en todos los idiomas y en todas las geografías; encantadores de serpientes que adormecen a su audiencia y dejan su consciencia hipnotizada.

Una orquesta que, de manera paradójica, necesitamos porque la información es parte esencial de la vida humana, pero  en la que tan importante como recibirla es saber valorarla, priorizarla y decantarla para quedarse sólo con la suficiente y necesaria que permita entrar en el silencio y pensar; una tarea que debe ser de todos, que no sólo corresponde a aquellos que llevan la etiqueta de intelectuales y pensadores, de sabios y creadores.   Tan humana, tan propia, tan individual, como que el pensamiento es el que nos separa de nuestros primos cercanos los primates.  Entonces ¿por qué no pensar si nos es tan propio?

Pensar , por ejemplo, lo que se está evidenciando desde distintos ámbitos: que ésta civilización tal y como va tiene poco tiempo, que estamos agotando el planeta y sus recursos, que si la población actual, de siete mil millones de personas, consumiera lo que consume un ciudadano medio de un país desarrollado necesitaríamos cuatro planetas para mantenerla. *

Pensar que estamos habitando un planeta que se hizo global porque en cuestión de segundos podemos conocer lo que sucede en las antípodas y eso cambia la manera de percibirnos, pero también porque en él se impone una agenda económica que ha ido creando y perfecciona mientras escribo el  imperio de los mercados por encima de las personas, aunque una tercera parte de la población mundial viva bajo índices de pobreza y el cambio climático este siendo inatajable.  Imperio ciego y sin futuro que sacrifica en sus altares las vidas de los nuevos esclavos –los de la economía– y ofrenda la supervivencia misma del planeta.

Pensar para encontrar nuevos rumbos, alternativas a este sistema que naufraga y hunde con él a la actual civilización. Pensar dedicándole todo el tiempo, pero con urgencia, antes de que el planeta –al que aún le quedan millones de años antes de su extinción– decida sacudirse y quitarse de encima la plaga que lo azota.

* En la últimas cuatro décadas la población mundial se duplicó.  Citando a la BBC, el educador Ken Robinson dice que los recursos actuales, consumiendo al ritmo de un ciudadano medio de la India, alcanzarían sólo para quince mil millones de personas, es decir son limitados.  Wade Davis, etnógrafo canadiense, dice que si el total de la  población mundial tuviera acceso a lo que se consume sólo en occidente al 2100 se necesitarían cuatro planetas iguales para abastecer a la tierra.

viernes, 7 de octubre de 2016

Las pulsaciones del mal


“Tal vez el mal esté profundamente arraigado en el hombre”.
Anise Postel-Vinay

El epígrafe de este blog lo escribió el año pasado Anise, una francesa de 94 años, hecha prisionera por los nazis al hacer parte de la resistencia durante la segunda guerra mundial y recluida en el campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania, muy cerca de Berlín.

Las reflexiones le surgen cuándo repasa lo sucedido durante el exterminio nazi, la negación de muchos a creerlo, la posibilidad de que se repita y el que hubiera transcurrido ante los ojos del mundo.  “Tengo la impresión de que la gente no quería ver”, concluye.

Terminé de leer las 105 páginas de su libro tres días después del plebiscito en el que el No derrotó a la paz en Colombia.  Cerré las páginas de Vivir, así se llama el libro, y pensé que Anise tiene razón.  Detrás de las ambiciones políticas de quienes se lanzaron a una campaña en contra de la vida, de sus egos heridos porque sentían quedarse fuera de la historia, de sus razones sin razón, hay algo más: el mal. 

El mal que no tiene entidad, como lo presentan las películas, que no es un demonio al que se expulsa con un exorcismo, pero que existe y deja oler su hálito a través de personas que lo encarnan como Hitler, que lo sofisticó hasta convertirlo en maquinaria de muerte y destrucción que se llevó por delante millones de vidas, distorsionó millones de conciencias que odiaron, aplaudieron y se nutrieron en su peste, y cegó a otros tantos que dijeron no haber visto nada, cuando todo sucedía ante su vista.

El mismo mal que está aposentado en Colombia y cuyas pulsaciones se sienten a través de hombres como Uribe y como Ordóñez que recorrieron el país incendiándolo con sus palabras y envenenándolo con sus mentiras, sembrando odios para recoger tempestades, que son las que les gusta. 

No tuve que esperar mucho para que los hechos me dieran la razón.  El jueves 6, el gerente de la Campaña del No  –también de apellidos Uribe y Vélez– salió a reconocerlo, por ingenuo dicen, pero estoy convencida de que fue por triunfalista. Su estrategia era mentir, engañar, indignar pero no indignar que es un verbo potente que habla de reaccionar cuando se va en contra de la dignidad del ser sino más bien instigar los más bajos y rastreros sentimientos.  Los que incitan a pagar muerte con muerte en un desangre interminable. Esos que se leen en los comentarios de los lectores en las publicaciones como el que reprodujo la columnista Leila Guerriero en El País: “La gente se arrodilla ante los mismos que los asesinaron. En vez de cogerlos a plomo limpio, como si a esos mal nacidos criminales les importara un culo su dolor y sus lágrimas”.

La estrategia que reveló Uribe no es nueva.  Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, la uso para enceguecer una nación en contra de una raza y todos sabemos lo que pasó. Lo mismo se hizo en Colombia, se recurrió al odio para impedir que se le pusiera fin a una guerra de más de medio siglo.  ¿Por qué?  No hay explicación.  El acuerdo con la guerrilla de las Farc no es perfecto, pero sí posible y lo saben los del No que al día siguiente salieron a decir que querían la misma paz, pero con ellos montados en el carro.  Aún así me niego a creer que se trate sólo de ambiciones políticas.  Existe el mal y el domingo 2 de octubre lo que en realidad pasó es que se le pudo tomar el pulso.

PD.  Espero que con el Nobel de la Paz que se le concedió a Juan Manuel Santos los colombianos no nos quedemos con el Nobel y sin la paz.

martes, 4 de octubre de 2016

Entre dos aguas

Escrito el jueves 29 de septiembre


No se puede nadar entre dos aguas o por lo menos no por un tiempo indefinido y eso es lo que le pasó al PSOE que en estos momentos, mientras escribo, enfrenta quizá la peor crisis de su más de cien años de historia.

Los analistas que escucho se centran en el momento, en el hecho que desató la crisis: renunciaron 17 miembros de la ejecutiva y su secretario general se sostiene en que el poder es todavía el suyo.

Discuten la forma, la norma y la interpretación, pero ninguno el fondo.  ¿Cómo es que el PSOE llegó a este momento? ¿Cómo es que el partido al que se le reconoce la modernización de la España postfranquista, la instauración de derechos sociales y el reconocimiento de derechos humanos como el matrimonio homosexual se está hundiendo y, además, en un espectáculo público trasmitido por todos los medios?

Algo estaba pasando, y no habían querido reconocerlo.  La descomposición interna estaba revelada  en las urnas donde en las dos últimas votaciones, porque en un año se ha votado ya dos veces para presidente de gobierno, ha perdido más y más escaños.

Y sí, es cierto lo que ellos afirman, que la militancia, y mucho menos la totalidad de sus  seguidores, no son la dirigencia del partido, pero sí son sus votantes; y estos iniciaron una estampida en cuanto sintieron al partido lejos de los que habían sido sus postulados.

Porque al PSOE, quizá porque ya es centenario, le pasó lo que suele sucedernos a los seres humanos cuando tenemos la fortuna de vivir muchos años.   Que si no nos vigilamos y estamos atentos al acontecer del mundo, tendemos a conservatizarnos.

Y el PSOE perdió su esencia.  Quiso mantener un discurso social de derechos pero comulgó –y se hizo explícito en el segundo gobierno de Zapatero con una política económica que deprime estos derechos y cuyo fin es llevarlos al límite, hasta cercenarlos.  Y las bases que parecen no tener rostro, ni identidad, nos demuestran que no es tan así, que se abren corrientes de pensamiento, de opinión y de decisión, sobre todo cuando las decisiones tomadas las golpean. Y se fueron a otros lares.

Pedro Sánchez, su actual secretario, entrenado en la política, quiso nadar en las mismas aguas, pero le llegó un momento de esos que llaman de verdad –aunque en política las verdades siempre son ambiguas en que tuvo que reconocer, al menos lo dijo en público, que el PSOE debería alinderarse hacia otro lado.

Imposibilitado para sostenerse entre dos aguas, Sánchez eligió por lo menos en el discurso ir hacia la orilla que rescataba los postulados más sociales del partido. Fue Troya. Felipe González se sintió desconocido. Él que empezó a hablar de permitir el gobierno del PP y que contó que en una conversación con Sánchez  habían acordado que se votaría no a la investidura de Rajoy en la primera  votación y se abstendrían en la segunda hizo sentir una vez más la influencia de su voz.  Después de su queja pública contra Sánchez vino la embestida. Renunciaron los 17 miembros de la ejecutiva.  Sánchez quedó sólo y parapetado en unos cuantos que se sostienen, por ahora, a su lado.

Hablan de la debacle del partido. De las posibilidades de una escisión.  De salidas dignas. De puntos meridianos.  Ignoro cuál salida encontrarán. Lo que si sé es que alejarse de los postulados básicos, aquellos que le dan identidad y coherencia a la existencia de un órgano social, como lo es un partido, “conservadurizarse” con los años y traicionar la esencia, tiene consecuencias.


PD. Sin saber cómo se resolverá esto, aventuro que Sánchez dejará de ser secretario general y que el PSOE permitirá la investidura de Rajoy.



martes, 27 de septiembre de 2016

Ríos de tinta


Ríos de tinta han corrido defendiendo el sí y el no para la paz, pero son de tinta y no de sangre. Cuánto dolor y cuánta muerte nos habríamos ahorrado los colombianos si los cambios que el país necesita los hubiésemos buscado por la vía de la palabra, el debate y el pensamiento, y no por las armas. Cuántas muertes menos si en vez de empecinarnos en la guerra hubiéramos optado por buscar salidas dialogadas como esta que está llegando a buen término con la firma del acuerdo ayer en Cartagena, porque aún le falta arribar al último puerto: la voluntad de que queremos vivir en  paz, expresada en las urnas en el plebiscito del próximo domingo.

Y conjugo en plural, y me incluyo en los unos y en los otros, aunque nunca empuñé un arma distinta a la máquina de escribir para buscar el país que llevo soñando toda la vida. Me incluyo porque esa guerra que se ha librado en los campos y en los montes, en las selvas y en las carreteras, en las poblaciones alejadas y en las cercanas, en los extramuros de las ciudades y en sus calles, en su cordones de marginalidad y en sus clubes, me ha tocado como ha tocado a los cuarenta y ocho millones de personas que habitamos el país. A cientos de miles de ellos como víctimas directas e indirectas y a millones, que somos más, como espectadores tímidos y asustados, con el miedo atenazándonos el alma, preguntándonos cuándo nos iban a llamar al frente para asignarnos un papel de primera fila que pagaríamos con la vida, la propia o la de los nuestros.

Mientras estos escenarios se desenvolvían frente a nuestros ojos, con la mirada velada para no verlos bien, porque imposible soportar tanta muerte junta, tantos desaparecidos, tantos desplazados de sus tierras, de su casa, de su parentela, se nos iban cambiando los sueños y distorsionando los deseos.  Matar se convirtió en un verbo fácil.  No son pocos los testimonios que he recogido de niños que quisieron ser grandes para matar a quienes les hicieron huérfanos, y esos perpetradores de la muerte eran de todos los espectros con lo cual lo único que se avizoraba hacia el futuro era una matazón todavía más grande.  Matar que es también vengar y odiar y vivir envenenado.

Y ahora, luego de un proceso intrincado, largo, que muchas veces sentimos haciendo aguas y otras estancado, tenemos, en virtud de un plebiscito pactado como parte de este acuerdo final, la posibilidad única de decidir si queremos vivir en paz o si elegimos la guerra. Si le ponemos punto final al desangre ocasionado por el enfrentamiento con las Farc (queda aún el ELN) o si nos empecinamos en la muerte.  Una opción que siendo de vida, y la vida es vital, puesto que es lo único que de verdad tenemos, sería para cualquier pueblo sumergido en la devastación motivo de alegría y de celebración.  Pero en Colombia no. 

Leo en las encuestas que aún hoy, a cinco días del plebiscito, de cada cien personas con posibilidad de elegir hay treinta y siete que le dicen no al proceso.  Treinta y siete que confirman lo que escribía dos párrafos adelante. Este medio siglo nos ha distorsionado los sueños y los deseos. Nos ha puesto a soñar con muertos y a querer vivir en medio de la muerte, nos ha esculpido adentro que la ley es la del talión, que los ojos se pagan con los ojos, y los dientes con los dientes; nos ha hecho creer que son mejores los ríos de sangre que los de tinta y que es mucho mejor si esa sangre derramada es la de los otros y no la propia.  Un país macabro que quiere anteponerse al de la vida.  Ojalá ese país empiece a desvanecerse el próximo domingo.

martes, 5 de julio de 2016

Decisiones responsables


El 24 de julio fue un viernes destinado a no olvidarse ni en la vieja Europa ni en la joven América.  Europa conoció con las primeras luces del día el veredicto de los habitantes del Reino Unido en las urnas: querían irse de la Unión Europea después de haber apostado por ella desde 1973, como uno de los socios fundadores de la Comunidad Europea, precursora de la actual.  En la joven América, que despierta unas horas más tarde, el sol salió para alumbrar un acontecimiento de esperanza: el anuncio del fin del conflicto en Colombia con las Farc, la guerrilla más antigua del continente. 

No se necesitaron más de veinticuatro horas para que en el Reino Unido empezaran a escucharse las voces de descontento por lo que había pasado: los viejos decidieron por los jóvenes, muchos reconocieron ante las cámaras de televisión que votaron por la salida sólo porque tenían rabia, tampoco sabían cuáles eran las consecuencias reales de su decisión.  Que los europeos no querían sus teteras inglesas y que la Unión les imponía el tamaño de los plátanos y de los pepinos que se comían, habían sido para muchos razones expuestas por los políticos suficientes para ir a las urnas a decir que se querían ir.  Votaron también en contra de los inmigrantes, pero votaron especialmente contra estos allí donde no los hay.  

En Colombia ni siquiera se había llegado al momento del anuncio del fin del conflicto cuando ya le habían salido enemigos al proceso. Voces apocalípticas como las de Álvaro Uribe Vélez y Alejandro Ordóñez se relevan para anunciar todos los males juntos, fuego eterno piden para un país que se desangra desde hace más de medio siglo en una de sus guerras internas, la de las Farc contra el establecimiento.  Más fuego claman, a sabiendas de que este es un proceso que recién empieza y que pese al desarme y desmovilización de una de las guerrillas, aún nos queda otra, la del ELN; y que, junto a la paz con las guerrillas, tenemos que trabajar por la paz social que implica guerra, eso sí, guerra feroz contra la corrupción, contra las bandas criminales, contra las desigualdades que campean y que son las principales generadoras de este país que vivimos.

Uribe y Ordóñez anuncian el fin del mundo porque tienen intereses propios y mezquinos, tantos como los de Cameron que se comprometió a un referendo para salvar un problema propio e interno en su partido y los de Boris Johnson, exalcalde de Londres, con pretensiones de primer ministro.  Cameron que quería pasar a la historia, va a pasar pero no como lo soñaba;  menos de seis horas después del resultado en las urnas hizo pública su dimisión a partir de octubre, reconocimiento explícito de su fracaso, y Johnson, que en su afán de poder no había calculado lo que se vendría, retiró su nombre de la lista de aspirantes a primer ministro.

Ahora los ciudadanos del Reino Unido, es decir de Escocia, Gales, Irlanda del Norte e Inglaterra, recogen firmas por Internet o se manifiestan en las calles para pedir un nuevo referéndum que reverse el del 23 de julio.  Quieren regresar a la Unión  de la que aún no se han ido (el proceso dura dos años)– unos porque no querían irse desde el principio  y otros porque han descubierto que actuaron engañados por los anuncios mentirosos de políticos populistas.

En Colombia vamos a ir a un plebiscito para refrendar la paz con las Farc.  Y leo cómo, de manera peligrosa, en esta lucha de polarización que vive el país, incitada de manera abierta por hombres como Uribe y Ordóñez –que en el colmo del cinismo llaman a la resistencia civil contra el fin del conflicto, es decir, contra el fin de las muertes y las masacres en los campos colombianos, contra el fin de las violaciones de mujeres y hombres, contra el fin de los desaparecidos y de los desplazados y de los falsos positivos pretenden volver el plebiscito un referéndum de aceptación a Santos o a Uribe.

No, los colombianos no vamos a ir a las urnas a votar por ellos. Vamos a ir a decir que queremos y nos merecemos vivir un país en el que no haya miedo de caminar por sus campos, de navegar por sus ríos, de cultivar sus tierras, de disfrutar sus ciudades.  Que votamos la paz porque queremos conocer qué es eso de morir de viejos y no de bala, o de bomba; que queremos vivir un país donde sus presupuestos y nuestros impuestos estén destinados a la salud, a la educación, a la infraestructura, y no a la guerra y a sus acólitos, que serían los únicos que seguirían ganando si se impusiera el no a la paz, porque a todos los otros nos seguirían quedando los muertos, como hasta ahora, y las heridas en el corazón.

Ojalá que votemos Sí, no sólo en los campos y en las geografías heridas sino también en las capitales y el corazón andino, el que está más lejos de la guerra, para que al día siguiente del plebiscito no amanezcamos como tantos ingleses, asustados de su voto, amedrentados por las consecuencias que no pensaron, queriendo devolverse porque votaron engañados.




  




miércoles, 22 de junio de 2016

Lo que aprendí

De una carta a María José, 
mi sobrina.

 
Ahora que se está cerrando tu semestre académico, me puse a pensar en lo que estudiaste, lo que me compartiste, lo que aprendiste tú, lo que aprendí yo y en aquello que, sabiéndolo, no tenía tan claro.

Me parece que fue un semestre básico porque puso los cimientos de lo que será tu análisis del mundo contemporáneo, que es en el que vivimos, y te dio herramientas necesarias para su interpretación.

En primer lugar, fue fundamental encontrar el momento en que se separa lo político de lo eclesial, al menos en la teoría, impulsado por personas como Martín Lutero y Nicolás Maquiavelo. El uno, porque sentía que el corazón de la iglesia estaba corrupto, el otro porque quería señalar a su príncipe cuáles podían ser las mejores razones y estrategias para gobernar.

Luego vino el tema de la libertad en los estados.  Locke y Hobbes.  Interesantísimo porqué se remiten a una pregunta fundamental:  ¿Somos los hombres capaces de gobernarnos a nosotros mismos de manera individual y, al mismo tiempo, vivir en sociedad, o necesitamos algo que nos organice?  La respuesta de los dos es que necesitamos un contrato social, pero la manera como la resuelven da lugar a lo que ha sido la experiencia de la organización de los estados en el mundo.

Hobbes, el absolutista, es, a mí entender, el pilar no sólo de las monarquías absolutas, sino de todos los regímenes que  concentran el poder en uno solo, no importa de qué orilla se encuentren.  En esos absolutismos se pueden leer desde las dictaduras del cono sur, hasta la experiencia comunista en la antigua Unión Soviética y los países del este de Europa, sin dejar a un lado los más de cincuenta años de poder absoluto de Castro en Cuba, aunque hayan razones que nos permitan entender qué lo llevó a ese extremo.

Locke, el liberal, en términos políticos, no económicos, nos pone en el camino del ensayo de la democracia, esta que intentamos construir, de una manera social, que es imperfecta, y que necesita fortalecerse en tiempos en que el poder económico parecería querer devolver el mundo al absolutismo, no ya de un soberano o de un dictador, sino al de las finanzas y los mercados.  Un absolutismo en el que la riqueza se concentra en unos pocos, además sin rostro, porque para ejercer su poder contarían con sus transnacionales, entes sin corazón, sin preguntas, sin ética y sin moral.  Fácil además porque se parapetan detrás de siglas y logo símbolos. ¿O es que alguien conoce la cara del dueño de Coca-Cola, de Nestlé, de Bayer, de Monsanto?

Y para cerrar, excepcional, el texto de Lenin defendiendo la dictadura del proletariado, paso previo al estado comunista puro.  Excepcional porque la práctica dijo que esto no se realizó.  Que la experiencia fue la de la dictadura del partido, lo cual nos lleva otra vez a los absolutismos, y me devuelve a mí, personalmente, a la idea de que lo que tenemos que defender, ante todo, es la construcción de democracias en las que haya esfuerzos concentrados en la educación y el pensamiento de sus integrantes, única manera de que esta se perfeccione.   Serán democracias cada vez mejores si quienes eligen, ejercen, al tiempo, un pensamiento ilustrado, analítico, crítico y cargado de futuro.

Para cerrar, les dejo el enlace de 
un artículo de María José.


http://librepensador.uexternado.edu.co/brasil-la-democracia-a-prueba/

 

lunes, 13 de junio de 2016

Querida Mary:*


Que la palabra sostiene, mantiene, tiende puentes, anuda amistades y construye vínculos lo vivenciamos tú y yo, luego de cuatro decenios de llamadas telefónicas, de cartas cruzadas, cuando todavía se usaban, de conversaciones frente a frente, en las escasas veces en que coincidimos, de intercambios de e-mails, cuando los inventaron, de encuentros por Skype y de mensajes de Messenger.

Por la magia de la palabra supimos siempre la una de la otra, estuvimos al tanto de nuestros aconteceres, repasamos las vidas de nuestras familias y participamos de sus acontecimientos; por esa magia vivimos nuestra amistad, aún sin vernos, como si cada día compartiéramos el café, de manera que en cada encuentro nunca fue sorpresa los cambios que se generaban en nosotras con los años.


Que la palabra bien dosificada ayuda en la construcción de realidades lo sabíamos las dos por nuestro trabajo, pero que no por eso las cambia, también lo constatamos. Tu enfermedad no mejoró porque yo lo verbalizara, así las dos nos asiéramos a la carga de futuro que les poníamos.
 

Que la palabra revela y nos revela lo supe cuando volví atrás, leí las decenas de mensajes que intercambiamos en los últimos diecinueve meses y descubrí que mis apreciaciones sobre el cáncer que te comía estaban llenas de esperanza, una esperanza verdadera, yo que suelo mantenerla como postura intelectual para vencer el pesimismo que se impone.


Tú me contabas, día a día, cita a cita, quimio tras quimio, radio tras radio, lo que ibas padeciendo, y yo me empecinaba en creer que después de ello habría curación.  En enero pasado estaba preparada para que me dijeras que habías pasado con nota sobresaliente el último examen a tu cuerpo y que los médicos te daban de alta con una nota aclamada. En lugar de eso tuviste que escribirme de metástasis en los pulmones y en las costillas. 


Entonces, te escribí: “Imagino que tendrás temores, ataques de miedo a momentos y también desánimo en otras ocasiones, pero has avanzado cada día, cada paso con esperanza y alegría y es importante que puedas continuar en esta tónica.  Por ti y porque la vida, esto inasible y efímero, es , al fin y al cabo, lo único que tenemos y lo único que con certeza conocemos. Todavía no hemos podido agendar nuestro año pero te prometo que nos veremos en Medellín, ahora que no podrás venir tan pronto como yo contaba”


¡Y nos vimos en abril! ¡Y pudimos celebrar juntas tu cumpleaños! Y yo disfruté viendo que comías con gusto, que te reías contando anécdotas que te hice recordar de cuando investigabas para la escritura de un libro, que la palabra te seguía siendo fácil y la risa y la sonrisa permanentes. Pasaste abril, y mayo hasta el último día, pero no más.  La muerte, que venía disfrazada de enfermedad,  venció porque al principio estaba Dios y la palabra era Dios, pero al final está la muerte que ya no admite a las palabras. 
 

Por eso ahora, querida Mary, siento que no hay nada más triste que llamar a un teléfono donde no vas a contestar, que abrir un correo que tiene tu nombre pero al que no puedo escribir, que encontrar tu nombre en el Skype sin que pueda marcarte… Tengo las palabras, pero tú ya no estás.

*Mary Correa, Colombia. 1958-2016. Periodista y Docente. Coautora de Tierra de desterrados.

jueves, 26 de mayo de 2016

Conversaciones de sobremesa


En nuestra casa desayunamos escuchando la radio que, titular a titular, va imponiendo la agenda informativa del día. Invariablemente, mientras los escucho, pienso qué lejos me siento de  aquellas clases de periodismo en que, recurriendo a los teóricos, se citaban los elementos que convertían a un hecho en noticia.   La agenda la imponen los medios, siempre lo han hecho, pero cada vez más de acuerdo con sus propios intereses y siempre más lejanos de lo que conocemos por objetividad, que se está convirtiendo apenas en una falacia.

Hace apenas una semana escuchaba cómo ese día, con gran alarma, se hablaba del crecimiento de la deuda pública española.  La alarma se generó por un toque de la Unión Europea.  Contempla imponer una multa adicional a España, también a Portugal, por no haber cumplido su compromiso en la reducción de la misma.

Los periodistas y comentaristas convirtieron el tema en el del día –con la misma audacia en que al siguiente lo sepultaron, cambiándolo por otro, igual o más escabroso – así que desayunada y subida en la máquina elíptica, donde acompaño con ejercicio físico el del pensamiento, no pude más que sonreír con ironía frente al cinismo de los medios.  ¡Hablaban del crecimiento de la deuda como si hubiera sido el descubrimiento del día, cuando es un hecho que ésta ha venido creciendo y duplicándose año a año de una manera vertiginosa!  Tanto ha crecido que ya sobrepasa el ciento por ciento del Producto Interno Bruto del país, y las cifras no son nuevas, ya eran conocidas.

A la hora del almuerzo, retomamos el tema.  Esa tarde, como siempre, en una conversación que es nutrida, volvimos al titular del día para reenfocarlo no sólo en el engaño de la presentación sino en el engaño en que parecemos empeñados en vivir, tal vez para no darnos tan duro con la realidad, o, peor, porque queremos vivir en ella, pero aislados de ella.  O, nos dijimos, ¿no sería preocupante para la economía de cualquier hogar que el ciento por ciento de sus ingresos en un año no alcazaran a cubrir lo que debe? Y para empeorar ¿que además lo fueran a multar por el atraso en el cubrimiento de su deuda?

Pienso que sí.  Como creo que debería haber más conversaciones de sobremesa en las que los temas trascendieran del fútbol y la amenidades de la vida, o las amenazas de la cotidianidad simple, para subir un escalón más que nos permita descifrar el sistema en el que vivimos porque sólo conociéndolo, podremos modificarlo.

Un sistema que se replica siempre a sí mismo, como un espejo en una galería de espejos, devolviendo la misma imagen, entre otros asuntos porque los encargados de contarlo apenas tienen palabras para esbozarlo y las que usan no les alcanzan, son pobres en su significado o apenas se replican a sí mismos sin crítica, sin imaginación, sin alcance. 

¿O qué otra cosa se podría pensar cuando el mismo día de la noticia sobre el crecimiento de la deuda pública, otro periodista  (ojo, periodista dando una noticia y no comentarista) calificó de “afirmación apocalíptica” –como si viviéramos en el medioevo–  que el físico Stephen Hawking dijera que Dios no existe?

Quise consolarme y abrí un diario de mi país.  El espejo me devolvió la misma imagen.  La noticia decía que uno de los mayores “consumos” de los colombianos en las aplicaciones tecnológicas (Apps) es el de educación. ¡De manera que hasta la educación, que es ante todo formadora, se está convirtiendo, gracias a la palabra en esta galería de espejos, en apenas un componente de consumo!

lunes, 4 de abril de 2016

Notas de mi diario


Acabo de ver en la pantalla de mi computador algunos de los testimonios –actuados por profesionales– que hacen parte de la campaña #NoMásViolencia, liderada por el Centro de Memoria Histórica en Colombia.  Es un día frío, gris, apenas para acompañar las voces de hombres y mujeres recogidas en muchísimas zonas de la geografía nacional, contando las mil y una formas de una barbarie que parece que no tiene fin, pero sí rostros, dolores, soledades, sufrimientos incontables, heridas imborrables en el cuerpo y en la psique. 
Necesitaremos años de paz y generaciones dispuestas a curar el corazón. 

Me dispongo a escribir mi blog y , entonces, encuentro una nota de mi diario de hace casi cuatro años. La trascribo como otro testimonio más de esa Colombia que muchos, quiero creer que una inmensa mayoría, soñamos distinta, aunque la realidad parezca dibujárnosla de otra manera:

“Septiembre, martes 4, 2012

María Kodama, la viuda de Borges, dice hoy en la primera pagina de El Tiempo que lee poco porque no hay nada nuevo en la literatura. Agotamiento lo llama. Cita a Rubén Darío y a Borges, no habla de García Márquez, que inventó una nueva manera de narrar.   María Kodama lo dice de la literatura, porque la realidad no se agota.  En la misma pagina donde reseñan su opinión publican: 

El ajusticiamiento del jefe guerrillero Grannobles por las FARC, en enero pasado, luego de un juicio revolucionario, según la Corporación Arco Iris. Estaba acusado de borracho, fiestero, putero y perdedor en un combate contra el ELN.   

La saña con la que desconocidos quemaron a María Berenice Martínez, en Santa Bárbara, Antioquia, acusándola de brujería, como si estuviéramos en el medioevo.  Las pruebas eran los testimonios de adolescentes locas que decían que se les aparecía en sueños, que las miraba y las enfermaba y también las bolsas negras donde María Berenice llevaba al mercado  las artesanías que elaboraba y las cabuyas que usaba como su materia prima de producción. El instigador, un brujo que les aseguro que la manera de acabar con el mal era quemándola.  Y la quemaron, luego de desnudarla en el  patio de su casa campesina, frente a sus seis perros que debieron aullar, ladrar, enloquecerse de dolor, así su vecina mas cercana diga que no vio ni oyó ni olió nada.

Y el asesinato de la reina de la coca, cuando salía de una carnicería en el barrio Belén, en Medellín.  De Griselda Blanco dicen que era insaciable en sus apetitos, sobre todo de sangre y de dinero.  Que mató a uno de sus maridos porque se le torció y quiso apropiarse del negocio, que llamó a uno de sus hijos Michael Corneone, en honor de El Padrino,  que era una institución del delito cuando Pablo Escobar estaba robando carros, y no incursionaba aún en el mundo de la droga, y que conoció el lujo como pocas.  Ahora tenia la apariencia de una abuela de 69 años, después de haber purgado veinte años de cárcel en los EU.  Los últimos ocho que paso con un bajo perfil en Colombia, no la salvaron de las dos balas que la alcanzaron en la cabeza.  Las crónicas dicen que había ordenado la muerte de al menos 250 personas.

Quizá la Kodama tiene razón: se agota la manera de contar porque lo que es la vida la supera con creces”.

PD.  No más violencia es también no más ignorancia, no más delito, no más dinero fácil, no más corrupción, no más impunidad, no más silencio ni más aguante.

viernes, 11 de marzo de 2016

La cuestión del Estado

María José, mi sobrina, que va a la universidad, me comparte muchos de los textos que lee para sus clases, lo cual es una fortuna para mí.  Tengo así la excusa perfecta para participar de lejos de su formación y para mantener el pensamiento aceitado, con engrases distintos a los de la literatura que son los que más elijo. Hace unas semanas me pasó El Estado y la Revolución de Lenin.  Días antes me había mandado una entrevista a Noam Chomsky. 

El argumento central de la obra de Lenin, alimentada en textos de Marx y Engels, es el de la desaparición del Estado, como fuerza represora de la sociedad capitalista, para dar paso a un nuevo mundo de seres libres, felices y sin estado, en palabras simples.  Un mundo en el cual cada quien recibiría lo suyo en función de sus necesidades y retornaría a la sociedad según sus capacidades.  Un sueño que para realizarse necesitaría pasar al menos por un estadio, el de la dictadura del proletariado; oportunidad histórica que se dio en la extinta Unión Soviética, luego del triunfo de la revolución bolchevique, con las consecuencias conocidas. Un régimen totalitario, burocrático y genocida con Stalin, conservando lo de totalitario y burocrático para los que le siguieron.

En la entrevista a Chomsky encontré una afirmación que me recordó a Norman Mailer, escritor estadounidense como el mismo Chomsky, cuando dijo que el último presidente con poder para un gobierno real en ese país había sido Jimmy Carter.  Dice Chomsky:  “El nuestro es un país de un solo partido político, el partido de la empresa y de los negocios, (las negritas son mías)  con dos facciones, demócratas y republicanos”.

Fue entonces cuando pensé en la cuestión del Estado, “ese poder nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella”, como lo definió Engels.  Me llama poderosamente la atención que cuando se trata de contar con grandes masas al servicio de un ideario político y económico, ideologías opuestas como lo son el comunismo y el capitalismo en su máxima expresión que es este neoliberalismo salvaje, que pretende devorarnos ambas se metan con la existencia de los estados.

El comunismo lo planteó en su teoría política e inició el ensayo fallido de la extinción del estado en lo que fue la URSS.  El neoliberalismo, sin que lo haya puesto en textos sesudos como los de Lenin, lo está ejecutando desde hace decenios cuando empezó a propalarse la idea de que los estados con sus entes burocráticos retardaba el crecimiento de los pueblos.  Estados más pequeños y más eficientes reza el postulado;  y, no lo explicita, pero también más débiles.

Empezó a imperar entonces la idea de que es necesario contar con estados más livianos en los que su clase política se centre sólo en gobernar y deje en manos de los privados las tareas que en su voracidad capitalista se consideran no esenciales:  administrar los recursos naturales, el agua y la energía, la educación, la salud, las empresas de servicios públicos, etcétera.

Entretanto, mientras se privatiza “lo no esencial”, la idea de la política como el gobierno de la polis de la ciudad para buscar el bien común– va sufriendo una distorsión en la que se asume como trabajo y acceso al poder, y no como servicio.  La política ejercida como profesión, y no como vocación, con el resultado final de que pone a los gobiernos al servicio de los negocios y de las empresas.

¿Y dónde queda el Estado? ¿Cómo orientamos “ese poder nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella”?  ¿Dejamos, como sociedad que somos, que desaparezca para convertirnos al final en simples empleados de mega corporaciones mundiales e interplanetarias? ¿Relegamos a esos entes sin cabeza ni corazón nuestro poder individual, que sumado da poder social? O ¿rescatamos este poder para fortalecer instituciones jurídicas y políticas, en cada uno de los territorios y poblaciones que forman un estado, de manera que tengamos gobiernos organizados, fortalecidos y representativos de una sociedad que se quiere justa, equilibrada, activa y participante?

No puedo dejar de pensar que si el Estado tiene tantos enemigos es porque muy seguramente es la mejor forma de organización que conocemos y la democracia, aunque imperfecta, la mejor manera de llevarlo adelante.  Y para mejorar la democracia lo que se necesita es educación para que las personas vivan y actúen en consciencia y participación para que se hagan sentir en los organismos que las representan.  Los seres que piensan, y se piensan, siempre serán más libres.



miércoles, 24 de febrero de 2016

No es sólo anécdota


El proceso es sutil, pero continuo.  Sucede frente a nuestras narices, pero no parecemos darnos cuenta.  Un día empecé a escuchar con reiteración la palabra “marca” pronunciada, muy especialmente, por los políticos que la usan para hablar de la imagen del país, sobre todo, en el exterior. Hasta ese momento las marcas que conocía eran las de los productos en los mercados.  Una marca es un distintivo, que diferencia un bien o servicio, para que nadie lo confunda con otro. ¿Será posible que terminemos confundiendo Indonesia con España? Una marca, además, se registra, para que los competidores no se apropien de ella: ¿Habrá otro país que quiera llamarse España?

Dejé las cosas así para no decir que le estaba buscando cinco patas al gato, pero otro día al entrar en el Metro de Madrid para dirigirme al centro me encontré de buenas a primeras con el hecho cumplido de que Sol, la estación que el mismo Metro califica de emblemática en su página web, (está en el corazón de Madrid, tiene salida al kilómetro cero de España y además hace parte de la línea uno, la primera que tuvo la ciudad en 1919), ya no se llamaba Sol. ¡Ahora era Vodafone Sol!

Tomé nota, y no quise volver al tema, hasta otra mañana en la que en la radio empezaron a hablar de un evento en el Barclaycard Center. ¿Pero acaso el Barclays no es un banco?¿Sería que los banqueros ingleses invirtieron en crear un centro de convenciones o algo similar  en la capital de España? Tuve que poner mucha atención para descubrir que se referían al Palacio de los Deportes construido en 1960 y reconstruido en 2001, luego de un incendio, y con el mismo nombre, ¡hasta que un día amaneció cambiado y en inglés!

La cuestión no es anecdótica, ni lo que sucede aquí es aislado. Es más profunda de lo que parece. Refiere a ese mundo que se está haciendo ante nosotros, con o sin nuestra colaboración, y al que unos pocos los que quieren ser sus dueños y en quienes se está concentrando la riqueza del planeta– están empeñados en convertir en un gigantesco supermercado donde todo se vende y todo se compra, ¡hasta los nombres!, en hechos que no tienen ninguna gratuidad. Las generaciones que ahora crecen hablarán de “marca” y no de país, de Vodafone y no de Sol, del Barclaycard center y no del palacio de los deportes. 

Nos necesitan sin fronteras para los mercados –las personas continuaremos teniéndolas–, sin particularidades culturales, sin gobiernos, o mejor con gobiernos a su servicio, con libertades recortadas y apenas los derechos necesarios para que produzcamos lo que tenemos que producir para alimentar el sistema, y consumamos todo lo que nos quieran vender; pero eso sí con muchos gerentillos y unos pocos gerentes generales encargados de reportarle a esa junta de accionistas que serán los dueños del planeta. ¿Se ha detenido a pensarlo?...

miércoles, 10 de febrero de 2016

Conquistas todavía frágiles


“Siquiera  existieron esas mujeres porque si no dónde estaríamos”, le dijeron sus dos hijas a mi amiga al salir de la sala de cine donde acababan de ver Sufragistas.  “Entonces estaríamos nosotras dando la pelea”, les respondió ella.  Cierto, pero también muy cierto que la conquista de nuestros plenos derechos y su ejercicio en igualdad de condiciones y consideración sigue siendo una victoria frágil que necesita nuestro empeño a fondo si queremos sostenerla.

Podemos elegir y ser elegidas, nos integramos a la vida laboral, ejercemos nuestros derechos sobre nuestro cuerpo, parimos cuando queremos, y si no queremos no parimos, somos científicas, artistas, profesionales, intelectuales, amas de casa, mujeres de negocios, políticas, dependientas, vendedoras, secretarias, ejercemos mil oficios; todas ellas conquistas más o menos homogéneas en occidente porque lo mismo no puede decirse de las mujeres en oriente, esclavas todavía de los hombres, apoyados en la alienación de la religión.

Tenemos compañeros que se arremangan y acometen con nosotras, o sin nosotras, las tareas del hogar, que disfrutan de las licencias de paternidad, que no tienen miedo de expresar su ternura, que reconocen nuestra inteligencia y que recurren a ella; que saben, como Saramago, que además de los sueños de los hombres es la conversación de las mujeres la que sostiene el mundo.

Es decir, hemos logrado mucho, pero falta aún muchísimo, porque lo que tenemos está en riesgo por el machismo, ese veneno atávico de la especie, como muy bien lo definió esa magnifica persona, escritora y periodista, que fue Silvia Galvis. 

Veneno que fluye y que nos acaba la vida. Son cientos sino miles los feminicidios que se cuentan a diario en todos los puntos del planeta.   En Ciudad Júarez, en México, somos asesinadas en una total impunidad, hasta contar cientos.  En Colombia las estadísticas dicen que cuatro mujeres pierden la vida cada día. En Ecuador más de la mitad de las muertes violentas son de mujeres.  En España sólo en enero hombres embrutecidos le quitaron la vida a ocho mujeres, que fueron sus compañeras.   Y así podría seguir.

Pero no sólo nos ocasiona la muerte física, que es el extremo.  A diario nos enfrentamos a prácticas machistas que buscan causarnos un dolor más profundo que la muerte misma, como son el asesinato de los hijos, las violaciones reiteradas, las humillaciones extremas, cimentadas en la violencia doméstica e intrafamiliar, esa que se ejerce de manera silenciosa, que perpetúa el machismo, y que no siempre sale a la luz.

Y si seguimos recogiendo, de lo más abismal a lo más cotidiano, nos encontramos que para sobresalir las mujeres tenemos que demostrar dos y tres veces más valía que un hombre.  Que en promedio nuestros salarios siempre son menores.  Que no pocas veces en los espacios públicos muchos hombres hacen burla de nosotras, aunque luego lo disfracen, con sorna, de inocentes chistes. Y que en el mundo de los negocios, valga un solo ejemplo,  muchas decisiones se toman en espacios considerados como masculinos; nunca en un costurero, que seguimos tipificando como femenino –minusvalorado por tantoaunque Ítaca se salvó porque Penélope tejió y destejió, protegiendo así el trono.

Y si levantamos la mirada a las vallas publicitarias o a la televisión encontramos que las mujeres seguimos siendo moneda de cambio. Nos ofrecen para vender automóviles, bebidas, fama, prestancia, placer; nos ofrecen porque sí y porque no.

Y peor aún, que entre todo lo que se vende, y se sigue comprando, está la imagen de una mujer a disposición del macho, sin otro objetivo que complacerlo.  Y todavía peor, que muchas de las jóvenes que crecen en estos tiempos idealizan este papel y quieren interpretarlo.

Lo dicho por Silvia Galvis, el machismo es el veneno atávico de la especie, al que no somos inmunes ni siquiera la mujeres que somos sus primeras víctimas y al que tenemos que hallarle una cura.  Son muchos nuestros logros, pero muy frágiles todavía. Tenemos que trabajar y trabajarnos, hombres y mujeres, hasta que se erradique la última gota del veneno y, entonces, la igualdad sea no sólo letra escrita sino letra viva.